martes, 1 de marzo de 2011

Una imagen vale más que mil sonidos

U2 - Window in the skies

Los discos de U2 estarían bastante lejos de los primeros puestos en la lista de música que me llevaría a una isla desierta, pero reconozco que en ocasiones hacen cosas más que recomendables. Y sin duda una de las cosas que los integrantes de U2 hacen muy bien es aprovechar y utilizar de manera magistral todos los parámetros colaterales al entramado musical, como pueden ser los conciertos o los vídeos promocionales. Este tema es un buen
ejemplo de ello. Es una melodía buena, interesante, y algo pegadiza, y aunque todo esto es mucho, su interés no logra dilatarse más allá. Este puñado de notas y armonías vocales cruzan la línea de la grandeza gracias a un vídeo musical sencillo en su idea pero gigante en su resultado.



Si escuchamos la canción de un modo tradicional, es decir
, sólo con su audio probablemente no nos llamaría demasiado la atención. No es una obra de arte y posee muchos lugares comunes en su interior. Pero si descubrimos sus sonidos junto con las imágenes seleccionadas en el vídeo musical nuestros sentimientos cambian de un modo radical. El vídeo consigue que las imágenes suenen, que su poder visual arrastre y asocie para siempre esas notas a esas caras, a esos gestos y a todos esos sentimientos ajenos al contenido sonoro original. La fuerza visual es tan fuerte que consigue que la canción adquiera carisma, identidad propia basada en la identidad de otros. La suma de almas logra una personalidad nueva capaz de aunarlas a todas.



Todo comienza con un grupo de vocales sostenidas en el aire
mientras una pequeña asociación de acordes golpean el piano como si de un instrumento de percusión se tratara. En el segundo 22 aparece Louis Armstrong y empezamos a concretar con hechos la idea, realización y materialización de esta canción visual. Ya sabemos de que va el vídeo y ya nos tienen atrapados porque con muy pocos planos han conseguido que no despeguemos la vista para ver quien es el siguiente genio en salir, para ver como cuadran sus labios y sus gestos con la música, para ver, en definitiva, como Elvis Presley, Louis Armstrong, Marvin Gaye o Frank Sinatra son capaces de “cantar” en un tema de U2 en pleno siglo XXI. En el segundo 28 la batería toma el relevo a los teclados en su labor rítmica y comenzará a marcar los pasos hasta el final. Tras la entrada en escena de la percusión el resto de intrumentos comienzan a aparecer poco a poco y las guitarras son las primeras en perder la timidez.

En el segundo 46 explota el primer estribillo con las mi
smas carencias y virtudes del resto del tema, es decir, su calidad musical no es brillante pero apoyada sobre el pentagrama visual su eficacia se incrementa de manera más que notable convirtiendose en el momento más intenso de la canción.

E
n el 1'09'' retomamos la cadencia previa pero la intensidad es mucho mayor y se nota la necesidad de volver a explotar con todos los instrumentos en un nuevo estribillo. No se hacen de rogar y en el 1'32'' se vuelve a repetir la estructura del segundo 46. En esta ocasión se cambia un poco el final con la introducción de un pequeño intervalo vocal, 1'55'', con martilleo de batería, 2'05'', previo al solo de guitarra encargado de pavimentar el terreno para la llegada del Punto de No Retorno. La guitarra y su diálogo con la voz principal concluyen en el 2'31'' y el Punto de No Retorno se produce en la paz del 2'33'' reforzado con el gesto que hace Billie Holiday. Esa marca en el aire con sus brazos nos atrapa defenitivamente. Es un momento musicalmente delicado y visualmente muy señalado. Es una especie de punto y aparte que se ve reforzado en el 2'36'' por el falsete del cantante y el gesto de Elvis Presley.

A partir de este instante la canción se dedica a hacer varia
ciones sobre un estribillo que irá mutando hasta el último segundo pero que ya nunca abandonaremos hasta la conclusión del tema. La última parte de la canción termina como terminan la mayoría de las canciones de U2. La música se convierte en una lasaña musical en la que se van añadiendo capas y capas de diferentes elementos que bien combinados pueden resultar esquisitos pero que si se abusa en el número de los mismos el empalagamiento sonoro está al acecho. Llega un momento en el que es dificil distinguir los ingredientes. Estos ingredientes se convierten en más voces, más coros, más o menos variaciones y más instrumentos hasta que Frank Sinatra decide guardar todos esos sonidos en la palma de sus manos.

Una imagen vale más que mil palabras, pero una ima
gen asociada al sonido exacto puede ser demoledora, impactante, genial. Se queda cincelada en nuestra mente. El proyector de nuestro cerebro se ilumina cada vez que estos sonidos llegan a nuestros oídos y la magia que crearon los Lummiere logra la transmutación sonora con materiales modestos. Oro en 24 fotogramas por segundo.

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