Las
notas del primer instante de esta canción aparecen precipitadas, como queriendo
dar a entender que quieren llegar rápidamente a nuestros oídos. Es sólo un
instante porque acto seguido los acordes del piano se estabilizan para
construir unos cimientos sobre los que poblar todo el tema. En el segundo ocho
surge la narración necesaria para continuar edificando pero es en el 27'' cuando el estruendo de la batería rompe la tranquilidad reinante hasta ese
momento. Únicamente son cuatro golpes de la percusión pero suficientes para
presentarse ante nosotros y dejar de manera permanente una ligera base rítmica
tras los acordes del piano. Cada golpe de la batería está apoyado por una
guitarra casi imperceptible.
El
tema sigue avanzando cada vez con más elementos hasta que poco antes de
alcanzar la frontera del primer minuto vuelven los golpes de la percusión. Esta
vez se dobla la cantidad y tras el octavo golpe musical la canción cambia de
dirección. En el 1'14'' la base rítmica continúa pero sobre ella el piano decide
aportar algo más que acordes y comienza a desgranar poco a poco unas notas más
agudas capaces de engancharnos al tema de un modo más certero. Cuando el piano
nos tiene totalmente engatusados con sus sencillas pero hipnóticas notas
llegamos al 1'30''. En ese momento la canción vuelve a sufrir otro giro
inesperado regalándonos un Punto de No Retorno sorpresivo y tranquilo. La voz principal
ha cambiado y nuestro nuevo narrador utiliza el falsete para llamar nuestra
atención, para dejarnos su marca en nuestro recuerdo, para que en definitiva,
no olvidemos este estribillo nunca más. No es un momento espectacular pero si claramente
diferenciador. El tema continúa progresando y en el 1'44'' la batería retoma
parte de su protagonismo. En el minuto dos la voz que ya conocíamos regresa
para enredarse coralmente con nuestra nueva y aguda compañera.
En
el 2'25'' la estructura musical parece volver al comienzo del tema pero
incorporando varios sonidos nuevos. Los golpes de la percusión tardan menos en
llegar, 2'46'', puesto necesitamos volver a disfrutar con el estribillo y
sabemos que la percusión es la antesala de ese estribillo. En el 3'03'' vuelven
a aparecer las notas melódicas del piano y dos nuevos invitados. El primero de
ellos es un silbido que camina sobre el dibujo planteado por el piano y en el
3'11'' una guitarra se suma a ese mismo trazado. Ocho segundos después vuelve
el agudo estribillo para volver a conquistarnos y algo más tarde, en el 3'48'',
también regresa la voz principal para entrelazarse con la otra voz que hasta
ahora mismo nos guiaba. Ambas voces continúan con su diálogo cerca de medio
minuto para dejar de jugar al unísono en el 4'30'' y dejar paso al último giro
musical. Los golpes de percusión esta vez no dan paso a las notas del piano
sino a una guitarra que estaba deseando acaparar todo el espacio posible. Durante
toda la canción ha gozado de apariciones esporádicas pero es ahora cuando puede
desarrollar todas sus notas sin tener que ceder el protagonismo a ningún otro instrumento.
De aquí hasta el final se convertirá en el único centro de atención.
Mientras
nuestros oídos escuchan esa guitarra que ansiaba libertad parece difícil
recordar dentro de la misma canción aquellas notas del piano y aquel estribillo
tan agudo. Sin embargo la próxima vez que retomemos este tema, y estemos
disfrutando con el juego de voces del estribillo, nos será difícil imaginar que
al final del tema nos espera una guitarra tan rockera.
Los instrumentos que participan en esta canción ya están tocando cuando nosotros, oyentes, irrumpimos en la sala. La sensación que vivimos en los primeros segundos es la de estar llegando, andando, al concierto. Nos vamos acercando al centro del escenario y poco a poco percibimos como todos los rumores sonoros logran ceñirse en el nivel de audio correcto. Los sonidos alcanzan su plenitud cuando nos aposentamos en el centro de la acción. Desde el segundo treinta comenzamos a disfrutar el tema con toda su intensidad. Ahora que todo está en su sitio la voz narradora puede comenzar a expresarse, segundo 38. Bono comienza a cantar rodeado de todos los instrumentos convocados. Únicamente se incorporará un solo invitado más y se hará notar cuando la canción haya sobrepasado su ecuador.
El ritmo sosegado se mantiene durante todo el recorrido que realiza la construcción musical. Paso a paso la canción avanza sin sobresaltos, no los necesitamos para ir desgranando el texto propuesto. En el 1'16'' se incorpora el coro y mantiene la estructura establecida. Esa unión es lo más parecido a un estribillo que vamos a encontrar y se ve salpicada por el agudo falsete que nos regala Bono en el 1'20''. Tras esta mínima agitación el tema continúa con su imperturbable caminar. En el 1'36'' el coro comienza a apoyar la narración principal. Esas segundas voces se convierten en el eco que las palabras de Bono necesitaban para resaltar su presencia. Pasan los segundos y el disimulado estribillo que vivimos en el 1'20'' se repite casi de idéntica forma y fondo en el 2'14''. No es exactamente igual porque un nuevo instrumento ha llegado para hacer que la intensidad de toda la canción comience a despegar. Los violines han llegado para quedarse. Su sonido va de menos a más hasta que en el 2'32'' dejan paso a un Punto de No Retorno vocal impresionante. La voz de Luciano Pavarotti inunda hasta el último rincón de nuestro sistema auditivo y la composición en ese instante queda grabada en nuestra memoria. Toda su intervención es magnética y no podemos evitar quedarnos enganchados a su derroche vocal. Los violines son el aliado perfecto para que su voz se enmarque en el mejor entorno posible. Su increíble voz se extiende durante 82 segundos pero conquista por completo todo el tema. Es un Punto de No Retorno largo pero el tiempo parece evaporarse mientras se produce. Pavarotti se convierte en un Gulliver musical y cualquier cosa que se mida con él se antoja diminuta. La comparación es demoledora. Su voz se encuentra fuera de su escenario habitual pero aún así logra redefinir todo lo que hasta ese momento habíamos oído.
En el 3'56'' retornan los actores que ya conocíamos pero tras lo que hemos escuchado su vuelta es algo circunstancial. No pueden competir y enseguida donan su espacio para que lo ocupen los violines. Tras la marcha de la voz que logró la exquisitez sonora únicamente ellos se atreven a aportar algo nuevo con su peculiar deambular musical. Su vaivén de cuerdas logra mecernos en el ritmo perfecto para paladear todo el camino recorrido. La canción ya no puede aportarnos nada más y por eso decidimos salir de la sala. Comenzamos a alejarnos mientras nuestra memoria todavía está catalogando la voz de ese tenor que logró desarmar nuestros conceptos musicales. Su inesperada aparición todavía retumba en nuestro interior. Grande, gigante, en todos los sentidos.