Nada, absolutamente nada, puede llegar a hacernos sospechar que la abrumadora y caudalosa cascada musical que desprenden las arrolladoras guitarras y la potencia vocal de un cantante que grita casi desesperado pudiera convertirse en un manso y tranquilo lago sonoro. Después de la tormenta siempre llega la calma pero en este caso la tormenta es tan excelsa que la calma debe tener mucha calidad para poder estar a su altura.
Todo comienza con un riff de guitarra atronador, brillante y pegadizo desde el primer momento. En el segundo 10 se suman a su propuesta musical más guitarras con diferentes punteos para convertirse en una orquesta de cuerdas eléctricas. Con la llegada de la voz principal, cuando casi hemos llegado al medio minuto de canción, la algarabía se reduce bastante y gana algo de protagonismo la batería. Sus redobles al finalizar cada estrofa vocal se dejan notar. En el segundo 41 se produce la primera explosión del estribillo. La voz principal grita el nombre de la protagonista, las guitarras vuelven al riff original con todo su esplendor y los coros ayudan a suplicar por la mujer amada.
Hemos recorrido el primer minuto completo de canción y el siguiente va a tener una estructura completamente matemática. En el segundo 58 vuelve la estructura de estrofas para desembocar en otro potente estribillo y en el 1'30'' se repite exactamente la misma composición. El segundo minuto debería comenzar con la misma idea pero en lugar de eso el estribillo se repite y termina apagándose para que las guitarras acaparen todo el protagonismo jaleadas por alguna voz de apoyo. Las variaciones son intensas y en el 3'07'' la cascada sonora cambia el ritmo. Asistimos a un Punto de No Retorno extraño porque todo lo que hasta ahora nos era familiar en este tema cambia de arriba abajo. Hemos llegado al lugar donde las aguas circulan mucho más tranquilas. El río de guitarras abandona los rápidos surcados y llega el momento de deleitarse con la travesía. Es la hora de dejarse llevar, de disfrutar del paisaje, de apreciar el camino recorrido desde un lugar más confortable. Nos esperan tres minutos de piano y guitarras relajadas. Si intentamos recordar como comenzó el tema nos será difícil asegurar que se trata de la misma canción. Los punteos vertiginosos, los gritos y los coros se han transformado en un piano majestuoso que nos guía sin dilación junto a los suaves y dulces sonidos de una guitarra mucho más sosegada, más serena. Esa unión musical consigue hacernos olvidar la agradable tormenta en la que nos vimos envueltos y cuya calma posterior estamos paladeando gustosamente. Nos empapamos con las cuerdas de las guitarras y sus vibrantes sonidos y ahora nos estamos secando con el calor que desprenden otras cuerdas, las de un piano absorbente que consigue hacerse dueño de una melodía tan sencilla como perfecta.
Sólo partiendo desde la más absoluta oscuridad puede comenzar este tema, y lo hace con varios chispazos que provocan el encendido de la sala de máquinas. El tema comienza a caminar a golpe de verdaderos martillazos que marcan de un modo muy claro el ritmo y la cadencia musical. De la misma oscuridad de la que surgieron las primeras chispas surge la voz principal de este tema en el segundo 18. Mientras tanto la sala de máquinas permanece inalterable. Cuando aún no nos hemos familiarizado con el modo semiarrastrado de proyectar la voz que tiene Billy Corgan llegamos al primer estribillo. Este llega en el segundo 36 para mostrarnos un pequeño alto en el camino, un respiro para alejarnos de los golpes que marcan la canción pero de cuyo sonido no podemos librarnos del todo. Asoman brevemente las cuerdas de las guitarras pero su momento aún no ha llegado. Los golpes cambian de timbre pero su cadencia persevera.
La canción continúa tras este receso, vuelven los martillazos pero el sabor del ligero ágape ha hecho mella en la música. A partir de este momento el tema intentará estar instalado, el mayor tiempo posible, en las partes menos oscuras. Es decir, la canción se convierte en un estribillo casi constante alternado con momentos más tranquilos. El desarrollo casi invierte la tendencia habitual puesto que habrá más tiempo efectivo de momentos álgidos que partes previas a estos. Desde el 2'02'' hasta el 2'21'' Corgan cambia el modo estructural de su narración. El modo el que nos hace llegar la letra de la canción es mucho más directo. Frases cortas e inmediatas. Todo esto sucede porque ha comenzado a abonar el terreno para que llegue el Punto de No Retorno.
Poco después del meridiano temporal, en el minuto 2'23'', la oscuridad desaparece por unos instantes y toda la estancia se impregna de colores brillantes y vivos. Los martillazos que han marcado todo el camino desaparecen para que la luz llegue a todos los rincones, nada debe interponerse entre la melodía que al fin nos alumbra y nuestros oídos. Las guitarras son las portadoras de toda la energía y durante unos radiantes segundos toman todo el poder que hasta ese instante habían ansiado, lo intentaban en cada estribillo pero siempre eran reprimidas por la matemática constancia de la percusión. Es un Punto de No Retorno breve pero intenso. Tras él volvemos al sendero ya conocido pero con esas guitarras aún en la memoria. La luz se ha adueñado del tema, podemos vislumbrar el brillo en mitad de la oscuridad. Después de esa lucidez la percusión vuelve al protagonismo que nunca abandonó de forma definitiva y viviremos un par de estrofas para volver al lugar más confortable del tema: su estribillo. Finalmente la canción se evapora de un modo inverso al que comenzó. Poco a poco todos los sonidos van desapareciendo hasta que únicamente quedan sobre nuestros oídos las chispas que ayudaron a explosionar el tema en su inicio. La energía que nos ayudaba a desplazarnos ha concluido y con ella el camino por recorrer.