Tres minutos de tú tiempo. Sólo necesito tres minutos de tú vida para poder cambiártela para siempre. Préstame esos tres minutos y la música clásica te atrapará para no volver a soltarte. Este Disco Redondo será imprescindible.
Una tímida nota repetida dos veces es la encargada de abrir este disco y descubrirnos la genial interpretación que lleva a cabo Glenn Gould sobre una composición creada por Johann Sebastian Bach a mediados del siglo XVIII. La obra esta compuesta por un tema sobre el que se producen treinta variaciones armónicas, y contrapuntísticas, y un mismo tema final que cierra la composición. Las Variaciones Goldberg no están hechas de variaciones sobre un tema musical, en realidad se construyen sobre estructuras musicales recurrentes. La obra fue encargada a Bach por un conde con problemas de insomnio para que su clavicordista personal (Johann Goldberg) la entonara para el y de ese modo aliviar sus problemas para caer en los brazos de Morfeo. Es lo más normal del mundo, si no puedes conciliar el sueño le encargas una obra al genio musical del momento para que, ya que no puedes descansar, al menos tu alma se encuentre bien alimentada. ¿A quién no le ha ocurrido? ¿Si yo tuviera un clavicordista personal me iba a dedicar a escribir estas menudencias?
Volvamos a la realidad sonora que nos ocupa. Glenn Gould únicamente grabó esta pieza en dos ocasiones distanciadas por casi treinta años. La primera de ellas es vertiginosa y notablemente más corta en lo que a duración se refiere. El Disco Redondo de hoy esta referido a la segunda grabación. Es una interpretación mucho más pausada, más delicada y con más sentimiento. Los sonidos del piano de Gould son capaces de embriagar nuestros sentidos desde la primera escucha. Los primeros tres minutos del disco son tranquilos, reflexivos, no hay prisa por destapar todas las esencias de una melodía en ciernes. Hay que disfrutarlos y paladearlos como si del mejor vino se tratase, nos han sacado una botella digna de la corte vienesa del XVIII. Debemos saborear cada gota de este néctar único. Si la música clásica no te atrae especialmente pero te has dejado llevar por esos tres minutos, si me has hecho el gran favor de prestarme esos ciento ochenta segundos ya estás perdido. Lo siguiente que sucede es la aparición de la primera de las variaciones. Ya estamos atrapados, ese golpe sonoro nos ha secuestrado. A partir de ese instante no hay marcha atrás, sufriremos ese Punto de No Retorno para el resto de nuestros días. No hay escapatoria porque Bach ha conseguido alienar las manos de Gould y a partir de ese instante la música es un torrente de notas entremezcladas unas con otras. Las notas se suceden de un modo vertiginoso pero exacto, los sonidos son precisos pero creativos, las manos del intérprete rápidas pero seguras. Es una música demoledora, no sale de nuestra cabeza, no deja de sonar, las notas siguen fluyendo como una cascada de creación ingobernable. Somos testigos de algo único y en cada nueva escucha tenemos la sensación de descubrir estas melodías por primera vez. Es imposible describir la pasión que transmite Gould al susurrarle al piano lo que el ya ha disfrutado en su cabeza una décima de segundo antes. Se le escucha mascullar las notas de vez en cuando, como si le estuviera dictando el camino a sus manos para que nos hagan llegar la música como él la siente en su interior. El intérprete necesita un intérprete, un traductor, para poder convertir toda su magia en algo tangible. El piano es ese traductor y el conjunto de teclas negras y blancas el abecedario con el que consigue redactar su poesía.
La grandeza de la música reside en que consigue emocionarnos sin haber oído hablar nunca de este tal Glenn Gould, ni de la obra de un supuesto genio llamado Johann Sebastian Bach y mucho menos de una composición creada por encargo hace casi tres siglos. No hace falta saber nada de eso para disfrutar de unos sonidos abrumadores. Saber es investigar y del mismo modo investigar es saber, por eso gracias al descubrimiento de piezas como las Variaciones de Goldberg se nos puede iluminar la bombilla de la curiosidad. Es ahí donde comienza el camino del descubrimiento. Descubrir que Glenn Gould sufría el síndrome de Asperger, investigar la historia de la silla con la que siempre tocaba y le hacía adoptar esa postura tan encorvada y poco académica, averiguar que fue el primer pianista en tocar en la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial o saber que algunas de sus interpretaciones han sido enviadas al espacio como presentación de lo que el ser humano es capaz de hacer son sólo algunas de las cosas que gracias a unas notas que nos han cautivado podemos llegar a conocer.
Todo empezó con una tímida nota repetida dos veces, a partir de ese instante el piano ya no ha dejado de sonar en nuestra cabeza. Las Variaciones de Goldberg nos han cambiado para siempre, nos han variado para siempre.
Para mucha gente esta canción puede ser uno de los más grandes y mejores temas de la historia del rock. La canción tiene una fuerza demoledora y el paso del tiempo hace que cada vez sea mejor, que el avance de la tecnología actual y futura le otorgue aún más mérito y que cada escucha mejore la anterior. Las canciones gigantescas siempre nos sorprenden con algún detalle nuevo que disfrutar, una estrofa que redescubrir o un punteo que observar de manera aislada.
La canción arranca con el sonido de una única guitarra. Nada parece aventurar la potencia rock que desatará dentro de unos minutos. Estamos más cerca de una canción de autor, de folk sureño tocado en el porche de una casa de madera. Sonidos acústicos sin más pretensiones. En el segundo 14 entra en escena una flauta. Este instrumento de viento dulcifica aún más los sonidos que proyecta la canción. La melodía va evolucionando y ganando en matices con sólo dos instrumentos. Estamos recorriendo una vereda muy tranquila y nuestro paso es sosegado. No necesitamos nada más para disfrutar con la senda musical. En el segundo 54 llega la voz que nos guiará por este camino. Su tono se acopla a los sonidos que ya estábamos disfrutando. Comienza su relato pero sin alterar el paso y sin necesidad de variar nada de nuestro entorno.
A la altura en la que cualquier otra canción ya hubiera mostrado su estribillo al menos un par de veces Led Zeppelin introduce la primera variación importante, un cambio que sirve para enseñar los primeros síntomas roqueros. Estamos en el 2'15'' y comenzamos a escuchar una segunda guitarra. La densidad de cuerdas aumenta y con ellas la voz parece cantar con mayor presencia. La ampliación de guitarras conlleva dar un paso adelante hacia el rock y el destierro de los sonidos dulces de la flauta que nos habían acompañado hasta ahora. Apenas lo hemos notado pero el relato de la voz principal poco a poco va ganando en ritmo y velocidad. Los segundos siguen pasando y la música sigue captando plenamente nuestra atención. No hemos asistido a ningún estribillo bien definido, no nos han regalado ningún momento especialmente álgido y sin embargo estamos atrapados por un par de guitarras y una sola voz. No hay presencia alguna de coros, tampoco hemos asistido a algún solo y pese a esa escasez de protagonistas tampoco echamos de menos a la batería. Esta aparece para dar un pequeño giro a todo lo anterior en el 4'19''. Tras varios minutos sin variaciones la llegada de la percusión disipa cualquier tipo de duda: esto es rock y ya no hay vuelta atrás.
Ya tenemos todos los elementos que necesitábamos. Seguimos subiendo escalones en nuestra escalera hacia el cielo. En el 5'33'' la voz enmudece unos segundos para dejar que dialoguen entre si el resto de sus compañeros de viaje. La batería y las guitarras se enzarzan en una conversación musical que desembocará en el Punto de No Retorno. El 5'57'' nos sorprende con un verdadero latigazo del instrumento de las seis cuerdas. Ese latigazo indiscutible logra que todo lo caminado hasta ese punto cobre sentido. Se ha cumplido el objetivo de los primeros sonidos. La flauta, la tímida voz, el folk sureño y el resto de emociones que empezamos a forjar en el cobertizo de una casa de madera confluyen en ese azote sonoro. Las manos de Jimmy Page crean un solo de guitarra abrumador. La potencia y fuerza sonora arrasa con todo y la canción se convierte en algo extraordinario. Una fuerza de la naturaleza.
Tras más de un minuto de solo la batería decide redoblar su sonido para introducir de nuevo a la voz que nos guía. Dicha voz vuelve al tema totalmente cambiada, su agudeza ha aumentado y debajo de ella escuchamos la combinación de los instrumentos de un modo repetitivo e hipnótico. La intensidad es absoluta. Han transcurrido más de siete minutos y la música sigue sin soltarnos. La fuerza sonora no decae ni un solo instante. En el 7'43'' el desenlace está a punto de llegar. Los peldaños por subir han concluido y con ellos también se extinguen las guitarras y la batería. La voz principal, y única durante toda la canción, se queda en soledad en el 7'50'' únicamente para recordarnos el título de todo lo que hemos escuchado. El camino que hemos recorrido es una escalera hacia el cielo y el viaje ha llegado a su fin. La evolución sonora se ha consumado.