martes, 18 de enero de 2011

Una colorida paleta de notas

Don Mclean - Vincent (Starry starry night)



La canción comienza sin introducciones, directamente con la voz solista y una guitarra acompañando las preciosas palabras que relatan todo lo que sucede en La noche estrellada de Van Gogh. No es necesario mucho más, bella poesía y una ligera base instrumental para relatar unos sentimientos sencillos pero intensos. Poco a poco sobre el tapiz de esta melodía irán surgiendo las líneas y dibujos que convertirán la canción en algo único.





La voz es la encargada de ir dando pequeñas pero precisas pincela
das que ayudan a desarrollar todo el colorido del texto narrado. La guitarra que comenzó la melodía comienza a verse arropada en el segundo 40 con instrumentos algo más dulces que casi no tienen protagonismo pero ayudan a endulzar el rascado de cuerdas. Estos sonidos se quedan en un segundo plano casi de manera imperceptible y como si de las olas de una playa se tratase volverán a mojarnos los pies más adelante. La descripción del cuadro continúa preciosa y precisa. Al llegar el minuto 1'45'' aparecen los colores que harán de esta canción algo irrepetible. Esos colores los traen las notas que desprenden sobre el lienzo los violines. Por el momento aparecen casi como sin querer llamar la atención, como una pieza más de los elementos retratados. Esperando su momento. La voz que no cesa ni un solo momento también se va transformando añadiendo matices a su forma de cantar. La intensidad es mayor, lo narrado también.

Sobre el 2'21'' hay una ligerísima pausa musical previa al g
ran final que nos tiene reservada la canción. Es un momento de reflexión para valorar el camino recorrido, coger aire y preparar el cuerpo para el capítulo final. En esta pausa desaparece todo menos la narración y un par de notas que se escapan de entre las seis cuerdas. No hay instrumentos dulces, no hay violines, sólo los protagonistas del comienzo. Son sólo unos segundos pero necesarios para incrementar la atención. 

A
partir del 2'46'' vuelven a aparecer las notas y los sonidos que fueron dando forma al lienzo. Todos vuelven del mismo modo, es decir, despacio, tranquilos, sólo son acompañantes. Todos esos sonidos vuelven así, todos menos uno: los violines. Esta vez se hacen notar, llegan en el 3'06'' y enseguida reclaman todo el protagonismo. Queda poco tiempo y tienen que crecer rápidamente para eclosionar en el 3'22'' con un giro musical espectacular. Es un Punto de No Retorno tan brillante que es increíble que pueda existir algo tan bueno en tan poco tiempo. Parece que se van a quedar en meros acompañantes, que van a volver a desaparecer, pero no, de repente todo cambia y la voz, sin perder protagonismo, se queda en un segundo plano y los violines pasan a un destacado primer término. La noche ha llegado al cielo y el color explota sobre el cuadro. Las estrellas ya pueden brillar con todo su esplendor mientras el pueblo que habita en la ladera de la montaña descansa protegido por tanta belleza. El espectáculo es irrepetible. 

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